martes, 28 de febrero de 2012

25 años tirando madrazos a ritmo de rock



Cuando se sube al ring a repartir mamporros es uno, y cuando se baja de ahí sigue siendo el mismo. Esto hace que tenga gran empatía con la banda. Heavy Metal cumplió 25 años como luchador profesional y lo celebró en el Rock & Road de la colonia Narvarte, acompañado de colegas luchadores y grupos de rock.

Para festejarlo, Rod Levario, Perro Callejero, Heavy Nopal, Distortion Legacy y Charlie Monttana pusieron los acordes musicales y el gladiador Heavy Metal el ambiente, siempre acompañado de sus inseparables Ke Loquillo y Nanyzh Rock. Los luchadores que estuvieron presentes fueron Scorpio Jr., La Parka y Octagoncito.

Los encargados de iniciar con la presentación musical fueron Rod Levario y su banda, quienes, por cierto, participarán en el festival Vive Latino el próximo 24 de marzo. Se dejaron escuchar con Que tranza rockerita, Es por ti, No tengo tiempo, Quiero ser un punk y Chavo de onda.

Luego vino Perro Callejero presentando temas de su nuevo disco Amor y Jauría, así como aquellas que lo han hecho destacar en la escena del rock: Yo quiero ser, Olvidarte y Nuestros momentos, para rematar con Me quedo.

Heavy Nopal haría lo propio con La máquina del tiempo, para posteriormente alternar con el festejado Erick Casas, nombre real del luchador Heavy Metal, quien sorprendería a los asistentes con Trizos boogie, Estrella de rock y Canción de amor; mostrando que además de aplicar llaves y contrallaves sobre el cuadrilátero, también canta. La banda, ya sin el gladiador en vocales, concluyó con Asalto chido y Con estas flores.

Los siguientes sobre el escenario fueron Distoriton Legacy, con todo el poder emanado de sus instrumentos, y, para concluir la velada, Charlie Monttana. Tanto grupos musicales como luchadores recibieron reconocimientos a nombre de Heavy Metal y su programa de televisión por internet Heavy Metal Rock Show, donde el desmadre y la buena vibra se hacen presentes semana a semana.

martes, 1 de noviembre de 2011

De niños y muertos


Una mujer dio a luz a su primer hijo. Era la esposa de un campesino que labraba la tierra. Aunque eran muy pobres y sólo poseían una hamaca para dormir cuando se casaron, gracias a su trabajo pocos meses después ya habían comprado una casita de adobe.
Para mudarse debían atravesar un río y llevar en un cayuco o canoa todas sus pertenencias. No eran muchas, pero no podían llevarlo todo y hacerse cargo del niño. Por eso la mujer se lo encargó a su cuñada.
La hermana de su esposo era pobre también, tenía diez hijos, todos pequeños. Lavaba, bordaba, planchaba; ningún trabajo era poca cosa para darle de comer a su familia.
En el trajín del diario se descuidó y el bebé escapó hacia el río. Había visto a sus padres alejarse hacia el horizonte hasta desaparecer, por eso los persiguió llorando a gatas. De regreso lo encontraron flotando en el agua, ahogado.
La mujer le lloró durante tanto tiempo, que la Virgen se le apareció en un sueño para devolverle a su hijo. Ella se consoló pensando que al fin lo tendría de regreso. Pero cuando lo tuvo en su regazo y lo abrazó, el bebé apestaba a muerto.
La mujer despertó aterrada, pero halló al fin resignación. Tuvo muchos más hijos. Aunque no todos sobrevivieron, los que sí procuraron hacerla feliz hasta que murió de vieja.
[Yo no quiero que se mueran contigo las historias que me contaste. Por eso pongo ésta aquí. Disculpa lo pobre de mi ofrenda]

sábado, 1 de octubre de 2011

Uno en cada mano, por favor








“¡Es imposible ir así por todos lados hija!”, respondían sus padres ante su necedad de llevarlos a cada uno en un brazo cuando caminaban por la calle, en el parque o en cualquier lugar. “¡Por favor, por favor!”, replicaba ella una vez más.



La costumbre -concluyeron después de varias horas de meditación- surgió desde que la ensañaron a caminar. No lo hacía sólo papá, ni sólo mamá de esa forma en la que suele ocurrir, en donde cada uno de sus brazos simula una de las cuerdas que sostiene el columpio que se forma. No, no lo hicieron así; siempre lo hicieron los dos, uno con su derecha y el otro con su izquierda.


Así, si uno titubeaba o se distraía por cualquier razón, el otro estaba ahí, para no dejar hundir el barco. Cuatro ojos de sabiduría eran mejor que dos. Dos le mostraban unas cosas, mientras que los otros le enseñaban otras. A veces el de la derecha la hacía enojar, mientras que el de la izquierda la hacía reír. A veces había cambio de lugar. No importaba, siempre uno complementaba al otro.



Un buen día, sin darse cuenta, se vio sola. Volteó a la izquierda, luego a la derecha, y nada. No estaban. La gente pasaba ignorando su miedo, su nerviosismo, su incapacidad de saber qué hacer. Caminó, dio vueltas y prefirió regresar al punto donde en cuestión de segundos se vio sola y desorientada.



“No hables con extraños”, recordó. Era una de las pocas cosas que tanto el de la derecha como el de la izquierda repetían con frecuencia. Lo cumplió. Aferraba las lágrimas a sus ojos, aunque por momentos éstas la vencían. “No llores porque demuestras debilidad”, un día le dijo el de la derecha; “llora si lo necesitas”, aconsejó la de la izquierda. Ese día siguió el primer consejo.


Serena. Siguiendo sin saber qué hacer pero no haciendo lo que siempre le habían dicho que no hiciera, esperó. Entonces, sin ser consciente del tiempo que había transcurrido, vio correr hacia a ella a los dos, al de la derecha y al de la izquierda desesperados por ocupar su lugar. Junto con ellos, unos cuatro o cinco policías que habían abandonado sus posiciones en el centro comercial para buscar a la niñita perdida.


Pasó el tiempo. La historia se ha repetido una y otra vez. No sabe qué hacer, está desorientada, la gente pasa y ella está ahí esperándolos. Ya no se trata del centro comercial, se trata de la vida. Necesita que el de la derecha no la deje caer, que la de la izquierda prepare su platillo favorito para animarla, requiere una de las bromas del de la izquierda, o un regaño del de la derecha. Requiere que estén siempre en su lugar, uno en cada mano, por favor.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Teléfono









No se alcanza a percibir si es local o de larga distancia. Teclea rápido, pero con la precisión de quien lo ha hecho ya muchas veces. Urge, urge mucho; su rostro lo dice. En comparación con otros de su facha, no luce borracho ni drogado; pareciera totalmente lúcido, consciente de lo que hace.

El negro lo cubre todo. Al tanteo se podría decir que porta una camisa de manga larga, una más larga que otra; su chamarra no tiene ya nada de relleno, es un simple pedazo de tela más encima de la camisa. Su pantalón, que pudiera haber sido de alguien con bastantes tallas de más, es sostenido por un cinturón, ese sí originalmente negro, incluso todavía le brilla la pequeña hebilla.

Lo más llamativo de su vestimenta es, sin duda, la paloma naranja que luce intacta en sus tenis. Éstos también son negros, pero el símbolo que también figura en los tenis de la mayoría de los deportistas hace imaginar que por alguna razón dedica parte de su tiempo a limpiar sólo la paloma.

Su cabello junto con su rostro no desentonan con el color del resto del atuendo. Sus cejas y su larga barba parecen pesar por el exceso de mugre. Tal vez es tal el peso, que sea lo que provoque su pronunciada joroba. Eso tiene que ser, pues para parecer –a ojo de buen cubero- de unos 30 años, sería raro que hubiera otro motivo.

El reloj marca las 8:15 de la mañana. El ritmo es acelerado en la estación del Metro Balderas, la misma de la canción, en la que se cruzan dos líneas y por la que ahora también pasa el Metrobús. Es lo que se llama una “hora pico”. La gente entra y sale, hace muecas mientras se forma en la larga fila de la taquilla, en donde la única que atiende es una señora obesa, malhumorada y más preocupada por terminar de maquillarse a esa hora, como si de no hacerlo la gente dejara de comprar boletos.

Es la entrada de la esquina de las avenidas Balderas y Cuauhtémoc. Los dos teléfonos de monedas están justo al otro extremo de la taquilla, ambos morados, ambos de tres pesos por tres minutos a números locales y seis a celular o de larga distancia.

Es la hora en que él llega, apresurado como si esos teléfonos tuvieran la capacidad de recibir llamadas y fuera la hora exacta en la que espera una, una muy importante. Es tal el ritmo de la gente, que logra pasar desapercibido desde que entra a la estación, hasta que logra llegar al teléfono de la derecha.

No hay vacile alguno. Antes de que el auricular llegue a su oreja, él ya está marcando el número. Espera un poco. La agitación de sus pies es incontrolable. Comienza a balbucear muchas cosas en silencio, como si le reclamara a alguien, como si no pudiera más con la desesperación de que nadie atienda del otro lado de la bocina.

Lo hace una y otra vez. Son las 8:30 y sigue marcando. Su desesperación pasa desapercibida, tanto que quizá nadie sea capaz de decir cuántos días, meses, o quizá años lleva haciendo lo mismo, a la misma hora. No hay falla, lo hace de lunes a domingo, en el mismo teléfono.

Esa persona a la que llama no responde. Seguro le dijo que sólo a esa hora lograría localizarla y no es así. Él ha detenido su vida, sólo vive para llegar a esa hora al metro Balderas y marcar. No pudo haber olvidado el número, lo marca con gran certeza. Debe ser muy importante lo que esa persona le tiene que decir. Abre bien los ojos en cuanto acaba de digitar el número. Sólo espera reconocer su voz. Un momento, nunca deposita los tres pesos.

viernes, 10 de junio de 2011

Sonidos urbanos muy interactivos





Bailar como Dios te da a entender portando un sombrero y cantando canciones con letras de lo más divertido; tener tu recompensa visual al final por escuchar algo que no te gusta demasiado; participar en un show interactivo y ponerse nostálgico con canciones con pasado, fueron sólo algunas de las características que se vivieron en el Festival Urbano 2011, realizado este domingo 4 de junio en el José Cuervo Salón.


Alrededor de las cinco y media de la tarde, los encargados de ir prendiendo a la gente fueron los grupos De Nalgas, Mystica Girls y Loba. De manera gradual se iba logrando el objetivo. Tocó el turno a Jessy Bulbo, quien dividía opiniones, pues por una parte era bien recibida por un amplio sector del público, pero también tuvo que lidiar con otro del cual ella no era tan de su agrado.

Así, interpretó rolas como Enamorada del amor, Salvaje, Mala respuesta, El sexo sin amor y Hostil. Mientras, con su movimiento corporal al bailar, el pantalón ajustado que portaba se iba bajando cada vez más, dejando ver poco a poco una mayor parte de su anatomía, para beneplácito del público masculino. Siguió Caslo jasvie, con dedicatoria especial para todas aquellas “viejas locas” que estaban presentes aquella tarde, según expreso la cantante. Luego Que grosero, para concluir con Maldito, al tiempo que enseñaba lo senos y tiraba el micrófono al suelo para finalizar su participación.

Cuando ya las emociones se desbordaban en el lugar, una manta hizo que estas se incrementaran aún más; bastaron sólo seis letras allí impresas para conseguirlo: Tex Tex. El público impaciente recibió a los “muñecos de Texcoco”, quienes iniciaron con Pancho Panchito, luego arremetieron con El toque mágico, estrenaron el tema de El amor acaba, y siguieron con las clásicas Me dijiste, El rockanrolero y Cristina. Fue con Feo, fuerte y formal, cuando León Vago, quien actualmente colabora con los Tex, bajó del escenario y corrió alrededor de todo el salón, para interactuar con el público durante breves segundos y volver al escenario en tiempo récord, todo esto sin dejar de tocar la guitarra.


Estaba loco, Ahora que no vives conmigo y Despedazado pusieron a los allí presentes más tono y con Te vas a acordar de mí, la locura se desató. Lalo Tex, vocalista de la banda señaló: “no nos queremos ir sin antes decirle al santo niño de Plateros que libre a los rockanroleros”, al tiempo que la banda con 25 años en la escena del rock era ovacionada.


Con un sombrero de copa y vestimenta de un buen rock star apareció Charlie Monttana para interpretar sus éxitos Me gusta tu chava, Terrible soledad y Tu mamá no me quiere, esta última provocó algunos de los mayores saltos y cánticos aquella tarde. Estos se combinaban con bailarinas sobre el escenario, en un espectáculo que el mismo Charlie definió como “líbido – lúdico”.


De repente el sonido de un acordeón invadió el lugar, mientras una lluvia de sombreros se realizaba, estos eran atrapados por los más hábiles. De esta forma estaba todo listo para El vaquero rockanrolero. La mezcla de estilos de baile se veía en todo lugar, pues no había uniformidad y cada quien bailaba como se le ocurría. No podía faltar el clásico De que el amor apesta. El show del “divo” concluyo con la participación de sus bailarinas.


El ánimo estaba a tope cuando llegó Liran’ Roll con su Todo ha terminado, seguido por Otra vez y Kisiera, canción que estuvo aderezada con los sonidos de saxofones, mismos que permanecieron durante la interpretación de El callejón. Vendría después un toque de blues en rolas como El pasado, y uno de los momentos más emotivos y nostálgicos con Cuarto para las dos. También sonó un de sus canciones emblema: María, en lo que parecía el final. Luego Liran’ regresó con El barco azul y No puedo más, para de esta forma concluir su participación y por ende el festival minutos después de la medianoche.