sábado, 17 de octubre de 2009

Futuro: un tiempo sin conjugación


Hace no mucho tiempo recibí en la casa una visita bastante peculiar, se trataba de Toño, el joven chimuelo de treinta y algo que en un arranque caucásico de independencia alguna vez se mudó a uno de los cuartos que renta mi madre; el punto es que luego de unos minutos mi alegría por verlo se convirtió en unas ganas inmensas de cerrarle la puerta en las narices y ¿por qué no? tumbarle otro incisivo o con suerte un molar. Ni qué hacerle, el sujeto en cuestión había acertado en una de las peores frases que, por desgracia, escucho con frecuencia: el fin del mundo está próximo y sólo los elegidos (por supuesto él incluido) serán salvados.
. Mi coraje no se fundamenta en el hecho de que quizás el tenga un pase para la nueva vida y yo, pobre pecadora, me quede en el andén como tantos. En concreto: no le tengo envidia; lo que sucede es que desde inicios de la adolescencia he sentido aversión contra toda suerte de predicciones, presagios, visiones, avisos o escrituras calificadas de santas que anuncien ser dueños de esa verdad única e innegable; con la cual lo único que consiguen es sembrar miedo, fomentar actos paranoicos, servir de chiste para los incrédulos o de argumento para un filme de Steven Spilberg.
. No crea que estoy en contra del maravilloso género de ciencia ficción, del cual tengo varios textos en mi lista personal de indispensables; simplemente me niego a revisar cada día mi horóscopo y andar repartiendo alegría y besos por doquier en aras de demostrar afecto, aguantándome dos o tres mentadas de madre, con la cabeza cual si estuviese cazando hormigas o con un mal humor como para amargar un Hershey’s a la primer mordida.
. Me declaro en contra de ceder a las promesas de un adivino o una gitana cuando su credibilidad se encuentra al mismo nivel de los arbitrajes del Instituto Federal Electoral (IFE). La lectura de cartas no me reporta nada más que la sensación de quien se ofreció de forma voluntaria a un asalto; en añadidura, nunca he tenido complejo de princesa ni de mujer inválida, de tal suerte que no aguardo el rescate de un caballero de sangre azul e intenciones negras; prefiero el coqueteo de la mirada que se esconde para no verse descubierta y las pláticas amenas que la casualidad o él y yo provocamos.
. Nunca compro un calendario y si tengo uno es por alguna estrategia publicitaria de mis marchantes del sobre ruedas o la bondad de quien de forma sutil me refiere que necesito un poco de orden y planeación; por lo anterior, no me quita el sueño adquirir un ejemplar del año 2012 en aras de circular con rojo la apocalíptica fecha del 21 de diciembre, y transcurrir día a día con la angustiosa espera de quien recorre la milla verde hacia la silla eléctrica o la inyección letal. Por ello, renuncio a lacrar el presente de olvido a cambio de reflexiones sobre un futuro sin póliza de garantía para su arribo.
. Veo documentales de animales y lugares exóticos por el National Geographic pero poco le encuentro de encantador a los videos que pretenden hacerse pasar como investigaciones serias recortando cachos del Armagedon, El día después de mañana o Presagio en aras de construir un panorama estremecedor y despiadado; al que sólo le puedo validar una cosa, : la idea de una destrucción del hombre labrada por su propia mano, por su violento juguete llamado capitalismo, su hambre insaciable bajo el título de producción en serie y su egocentrismo ignorante que lo lleva a invasiones sin sentido y guerras a distancia que aniquilan a miles con un sencillo “push the button”.
. Finalmente, he decirle, querido lector, que carezco de disposición a prestar atención a frases como “(no) tienes futuro”, “pregúntate si lo que haces hoy te llevará a donde quieres estar mañana” o una mejor: “los jóvenes son el futuro del país”; en primera porque no me gustan las generalidades ni las sentencias prefabricadas; en segunda porque me fastidia el pesimismo o excesiva confianza que denotan y porque los días de nuestra época figuran al agua que circula entre nuestros dedos cuando en vano tratamos de aferrarla al encierro del puño; tan rápidos, que el futuro no es más que un presente en fila de espera, un tiempo sin conjugación.
. Renuncio al miedo que le pone freno al vértigo de no saber a dónde me dirijo o qué evento cambiaría mi rutina bien conocida y repasada. Renuncio a renunciar, a dejarme sorprender por la casualidad, la sorpresa y lo inesperado. Renuncio a creer en el futuro, renuncio a abandonar mi fascinación recién adquirida por las madrugadas frías que me acompañan en los desvelos, previa salida de sol, símbolo por antonomasia de un día naciente. En su lugar, me quedo con este bello paisaje, icono de un universo de infinitas posibilidades; del ser y estar impredecibles, del ir y venir imparables, del aquí y ahora inigualables.

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