A la madre se le ama, se le respeta, se vela por ella en la vejez, se le coloca ante cualquier cosa o persona; ella es el objeto máximo de veneración, quien cuenta en diversas naciones con un día completo para ser celebrada con fastuosidad, a diferencia del padre. En México, los insultos donde la progenitora es incluida constituyen la peor afrenta contra una persona. De la misma forma, uno de los emblemas de identificación más fuertes de nuestro pueblo, aquí y en el extranjero, además de la bandera, es una figura de tez morena habitante del Tepeyac: la virgen madre de Guadalupe.
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. Sin embargo, ¿qué sucede cuando la madre corrompe su propia deidad, hiriendo a sus hijos en cuerpo y alma, marchitándoles la admiración y la adoración que “aprendieron” a brindarle desde pequeños? ¿Cómo explicarle a estas bellas criaturas que la perorata del amor incondicional no tiene validez alguna? ¿De qué forma hacerles entender que el sentimiento máximo del ser humano es también el más sensible, que así como se gana así se pierde? ¿Cómo expresarles que nadie, absolutamente nadie, puede exigir el cariño y el amor que es incapaz de manifestar en su persona?
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. Quizás un ejemplo nos sirva de ayuda: Francisco se enamoró de Elizabeth, una mujer ocho años menor que él, decidió casarse con ella y su madre comenzó el ataque. La progenitora acudió a la magia negra para librarse de semejante intrusa, maldijo a su propio vástago, lo despojó de su casa y otros bienes, incitó a sus otros hijos a hacerlo reflexionar con la fuerza de sus puños y escupió en el suelo tres ocasiones, en el nacimiento de cada uno de sus tres nietos.
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. Aún con dichos antecedentes la señora exige que Francisco agache la cabeza ante su solemne presencia; ¿usted lo haría? ¿Alguien podría hacer otra cosa que no fuera despreciar a una persona con esas características, con la saña suficiente para volverse contra el ser al que le dio la vida? ¿El haberlo traído al mundo le da derecho de ejecutar las acciones mencionadas? Para nada, una mujer por el hecho de expulsar a un bebé de su vientre no se convierte en automático en madre, se necesita mucho más para ser dignas de un título de tal envergadura.
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. Mamás, ni ustedes se libran de inspirar coraje o resentimiento; la carga significativa de su existencia es precisamente lo que ocasiona que sus groserías, fuetazos, imposición, manipulaciones y afanes controladores duelan intensamente, se queden a manera de heridas supurantes a lo largo de nuestra vida, en las relaciones con otras personas, en el cara a cara con el mundo.
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. Si por este artículo se me acusa de blasfema, ingrata, descarada o rebelde, ¡qué bueno! Me dio gusto nadar un poco corriente y liberar a algunos de su carga, del peso ocasionado por la culpa de verse imposibilitados de reconocer que sus madres no les inspiran el amor sublime que la norma o la educación dictan. Quisiera encontrar muy pocos aludidos con este texto, aunque en el mismo sentido, deseo proponer una voz disidente, una idea contraria a aquélla de concebir a la madre por sobre todas las cosas.
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