Hoy vi a un grupo de militares extranjeros pasearse por Coyoacán. Pese a que a mí también me parece un ultraje simbólico que desfilen en nuestras fiestas patrias en el año del Centenario y Bicentenario, no los odié. Sólo sentí una profunda tristeza.
Me duele la patria, porque es una patria a medias que le da la espalda a los que nada tienen. Me duelen la injusticia histórica, las promesas incumplidas, los sueños traicionados, las oportunidades perdidas...
Al ver a esos soldados güeros, con sombreros charros, tomándose fotos con las chicas, pensé que ya no sé si son ellos unos engreídos, o si somos nosotros unos agachones. Si ellos vienen y abusan o nosotros les entregamos todo.
El problema no son ellos, sino nosotros, que no somos buenos ciudadanos. El problema es el complejo de inferioridad, ese afán de idealizar todo lo que es extranjero y hacer menos lo nacional.
Malo es el gobierno que no cumple, que no hace lo que tiene que hacer. Pero peores son los mexicanos que pudiendo hacerlo no se informan, no opinan, no exigen.
No sé qué siento más, si orgullo y amor por este país, o coraje, vergüenza e indignación al ver lo que en él sucede.
Hay ciertos nacionalismos idiotas y viles; el que practican los que se sienten superiores, el de los que odian a todos los que son extranjeros, el que pisotea los derechos de la gente. Pero también hay cierto nacionalismo elemental, necesario. El de los que son conscientes de los problemas de su país y luchan por mejorar, el de los que no son egoístas y no joden al prójimo, sino que aman a su gente y defienden la libertad tanto como la justicia. El de los que aman a su país y se reconocen en su historia y su cultura.
¿Qué tanto de todo esto es cursi y ridículo, y que tanto está plenamente justificado? ¿Por qué tanto pinche drama nomás de ver a unos soldaditos güeros?
Yo no lo sé. Yo solo sé que la patria me duele...
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