sábado, 1 de octubre de 2011

Uno en cada mano, por favor








“¡Es imposible ir así por todos lados hija!”, respondían sus padres ante su necedad de llevarlos a cada uno en un brazo cuando caminaban por la calle, en el parque o en cualquier lugar. “¡Por favor, por favor!”, replicaba ella una vez más.



La costumbre -concluyeron después de varias horas de meditación- surgió desde que la ensañaron a caminar. No lo hacía sólo papá, ni sólo mamá de esa forma en la que suele ocurrir, en donde cada uno de sus brazos simula una de las cuerdas que sostiene el columpio que se forma. No, no lo hicieron así; siempre lo hicieron los dos, uno con su derecha y el otro con su izquierda.


Así, si uno titubeaba o se distraía por cualquier razón, el otro estaba ahí, para no dejar hundir el barco. Cuatro ojos de sabiduría eran mejor que dos. Dos le mostraban unas cosas, mientras que los otros le enseñaban otras. A veces el de la derecha la hacía enojar, mientras que el de la izquierda la hacía reír. A veces había cambio de lugar. No importaba, siempre uno complementaba al otro.



Un buen día, sin darse cuenta, se vio sola. Volteó a la izquierda, luego a la derecha, y nada. No estaban. La gente pasaba ignorando su miedo, su nerviosismo, su incapacidad de saber qué hacer. Caminó, dio vueltas y prefirió regresar al punto donde en cuestión de segundos se vio sola y desorientada.



“No hables con extraños”, recordó. Era una de las pocas cosas que tanto el de la derecha como el de la izquierda repetían con frecuencia. Lo cumplió. Aferraba las lágrimas a sus ojos, aunque por momentos éstas la vencían. “No llores porque demuestras debilidad”, un día le dijo el de la derecha; “llora si lo necesitas”, aconsejó la de la izquierda. Ese día siguió el primer consejo.


Serena. Siguiendo sin saber qué hacer pero no haciendo lo que siempre le habían dicho que no hiciera, esperó. Entonces, sin ser consciente del tiempo que había transcurrido, vio correr hacia a ella a los dos, al de la derecha y al de la izquierda desesperados por ocupar su lugar. Junto con ellos, unos cuatro o cinco policías que habían abandonado sus posiciones en el centro comercial para buscar a la niñita perdida.


Pasó el tiempo. La historia se ha repetido una y otra vez. No sabe qué hacer, está desorientada, la gente pasa y ella está ahí esperándolos. Ya no se trata del centro comercial, se trata de la vida. Necesita que el de la derecha no la deje caer, que la de la izquierda prepare su platillo favorito para animarla, requiere una de las bromas del de la izquierda, o un regaño del de la derecha. Requiere que estén siempre en su lugar, uno en cada mano, por favor.

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