Ayer la última de las adolescentes de mi colonia dio la sorpresa. Su mamá salió corriendo hacia la mía, lloró un rato, gritó otro poco, maldijo mucho. En el otro lado de la avenida, su hija preparaba la maleta para partir con su novio; él la esperaba fumando afuera del edificio a donde la llegó a recoger la primera vez. Se lleva a la princesa que lo tenía todo, coche, iPod, viajes a Europa y colegio de paga; comodidades que ahora tendrá que cambiar por pañales, biberones y desvelos. Sí, la niña de los Chávez será madre a los dieciséis años.
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. ¿Pero qué tiene de extraordinaria esta mención, cuando los embarazos a temprana edad son cada vez más frecuentes? Eso precisamente, su conversión progresiva en una cuestión “normal”, común y en franco crecimiento. El tener un batallón de niñas jugando con muñecas de verdad debe preocuparnos y ocuparnos, encender la alerta; lo anterior, dado que se trata de un fenómeno con múltiples rostros, un tema ligado al controversial aborto, al uso de métodos anticonceptivos, al “estrenarse” como mujeres u hombres, al abandono de los estudios y un prolongado etcétera.
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. No tengo duda de que uno de los puntos medulares en este tema se encaja en lo relativo a la salud de las jovencitas; el cuerpo de una mujer antes de los dieciocho años se encuentra en un proceso de transformaciones sin precedentes, cambios propios a la nueva etapa que experimenta y que la invitan a observar y entender su cuerpo como algo ajeno, extraño y a la vez tan suyo. Ante este panorama, es casi seguro que un embarazo en sus condiciones será de alto riesgo para ambos, madre y bebé; “en el parto se les va la existencia”, me comentó alguna vez la señora Pilar Rivera, quien ahora cuida de su nieta de cinco años, huérfana desde su nacimiento.
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. Otro rubro a tratar son las condiciones mentales o psicológicas, en otras palabras, el impacto de mudar de las idas al antro, la angustia ante el próximo examen de matemáticas, los trabajos finales, el cortón con el novio, los pleitos con las amigas y los permisos denegados por el llanto inconsolable de un recién nacido, el primer cambio de pañales, las vomitas provocadas por el reflujo, el andar peregrino entre las casas de él y ella, los reproches y el maldito hubiera.
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. Lo extraño es que en la era de los métodos para evitar el encuentro entre óvulo y esperma se haya desatado la marea de embarazos adolescentes; ¿fallan? ¿no son tan efectivos como anuncian sus costosos anuncios publicitarios? ¿qué es lo que está pasando? Una mini-encuesta realizada a las madres prematuras de los alrededores señaló que la mayoría de ellas conocía la existencia y la forma de uso de los condones, pastillas, inyecciones, parches y demás; simplemente no quisieron utilizarlos debido a que: no se siente lo mismo, nada le puede pasar a una virgen (ésta es mi favorita), les ganó la calentura, se retacaron de alcohol o drogas, no pensaron que a ellos les fuera a suceder, tenían la situación bajo control...
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. No concuerdo con el conservadurismo del medioevo que ha viajado en el tiempo hasta el siglo XXI, deseoso de encargar una producción de masa de cinturones de castigad; ¿para qué? si para burlar dicha barrera nos pintaríamos solos; se trata más bien de poner en marcha la inteligencia y cogernos cariño con protección, por el bien de nosotras como mujeres que llevamos la peor parte en todo esto, por el bien de ellos y sus dosis inconmensurables de frustración; por una muestra mutua de responsabilidad.
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. Muchas veces me han dicho que un hijo es un regalo, apruebo la moción; no obstante, sucede lo mismo que con los presentes indeseados: preferimos volverlos a obsequiar o colocarnos en la casa en un lugar lejos, muy lejos, de nuestra vista. Y la verdad es que nadie pide venir a este caos, a este mundo en decadencia, con hambre, escasez de agua, ausencia de bienes materiales y espirituales, vale madrismo en cada rincón, indiferencia y egoísmo; nadie pide nacer para ser tratado como un accidente, algo que no debió pasar, para ser el hijo de los abuelos, el estorbo, el culpable de coartar sueños ajenos; ninguna persona lo solicita, ninguna lo merece. Por ello cuidémonos, amemos con entrega y pasión, pero sin malentendidos, con un amor que respeta y exalta, que ve por el otro y sabe esperar, que aguarda el momento de su máxima expresión, que aprende a combinar la seducción y la conciencia.
muy buena la manera tan sutil en que tratas el tema, como inicias con un caso que decimos todos..ay que tonta chavita..pero que es una realidad inminente
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