¿Por qué todos los libros comienzan con una página en blanco?
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. No sé cuántos días de mi vida han transcurrido ni me interesa. Si pudiera estar frente al contador de los días y noches que he visto pasar, cerraría los ojos, los apretaría con fuerza hasta marearme y preferiría esa visión caleidoscópica interna que sólo trata de colores y sombras. Si yo mismo o alguien más hiciera la cuenta de mis días, a mis veintiún años, me parecería el absurdo más grande del mundo, pues el tiempo no es la medida de mi existencia.
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. ¿Por qué hemos de esperar que los segundos se conviertan en minutos, los minutos en horas, las horas en jornadas de trabajo, las jornadas de trabajo en días, los días en semanas, las semanas en meses, los meses en años, y los años en vidas? ¿Por qué de la resignación a sentarme en la banca de un parque y ser un mero espectador de mi vida y verla pasar como fotogramas de una película? ¿No sería mejor cuantificar el paso del tiempo en algo que involucre los sentidos como el invierno, el otoño, el verano o la primavera? ¿Por qué no medir el discurrir de la realidad en algo que rete a la sensibilidad, la tengamos o no? ¿Siempre tengo que vivir para esperar?
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. Me declaro un desesperado compulsivo. Desde pequeño aprendí que lo que con más ansia se espera más tarda en llegar, que para desear hay que aprender a esperar en la antesala de la gloria. Sin embargo, sé que mi vida no puede ser una película de ciencia ficción donde se puedan dar saltos en el tiempo, en la que se construya un acelerador de partículas que me desmaterialice y me vuelva a hacer cinco, diez, veinte o treinta años más adelante. Esas fantasías se las dejo a otros, porque así como aprendí a esperar, también he concebido la idea de sentir el tiempo y dejar de contarlo.
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. Escribir estas líneas, tan llenas de desesperación y espera, me confronta con lo que pienso del destino. Sin ser un cliché, éste nos es la meta, sino el camino; se construye grano por grano de arena hasta formar una playa. Cae a cuentagotas pero no deja de fluir. Es sensible a las decisiones pero indiferente a la realidad. Es el designio divino que traza el mejor camino, aunque dentro de éste se tengan que sortear veredas oscuras.
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. Me pregunto en qué momento de ese destino tan ineludible me encuentro. Pienso que lo he cumplido por episodios, he ido conformándolo fragmento por fragmento, pero sin alcanzar todavía nada. Cada decisión, cada paso a la derecha en lugar de la izquierda, las palabras escritas y también las que fueron borradas, constituyen el relato de mi vida; le han dado forma a esa escultura llamada Daniel Hernández trabajada con alegría, pero sazonada con dolor.
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. ¿Qué pasaría si existiera alguien al que pudiera presentarle el cumplimiento de mi destino (o mis destinos) del presente hacia el pasado, como en la película Irreversible? Seguramente se extrañaría de la evolución en mis pensamientos y conciencia. Descubriría que he forjado madurez en muchos sentidos, pero en otros tantos sigo siendo un niño, sin hacer reparo en si este hecho es positivo o no. Si mi vida fuera un cuento, una novela o un filme y se pudiera narrar desde hoy hasta que nací, sería una historia menos emocionante y mucho más racional. No serviría como argumento para una película hollywoodense, pues iniciaría con las emociones y culminaría con lo sentimental.
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. Continuará...
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