Mi dentista me atendió en un centro comercial. ¿Qué harías si mientras viajas en el Metro hacia tu cita con el dentista te da migraña?
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. Busco mis pastillas en la mochila que cargo como si fuera parte de mi ser pero recuerdo que se terminaron hace algunos meses, ni Bio Electro ni Cafiaspirinas. ¡Necesito cafeína y paracetamol! Sin embargo, aún faltan tres estaciones para la más cercana al consultorio.
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. La migraña no es nada más un fuerte dolor de cabeza. A tres estaciones de llegar el “deslumbramiento” me ataca. Este síntoma inequívoco del peor de los males es similar a tener un foco de muchos watts apuntando directo a los ojos, por lo tanto, la vista se ve perjudicada y llega a resultar peligroso si uno anda solo en la calle.
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. Con ese foco acompañándome al fin llego a la estación del Sistema de Transporte Colectivo que, por cierto, visito por primera vez. Voltear a un lado y luego al otro no ayuda mucho puesto que no veo muy bien. No obstante, puedo distinguir en una de las aceras una especie de centro comercial, y digo especie porque de los que he visitado en el Distrito Federal, éste es uno de los más raros: muy largo, oscuro y con poca gente a pesar de ser domingo.
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. Camino como puedo por el inmueble, aproximadamente diez minutos, hasta que encuentro a un vigilante y le pregunto por la farmacia más cercana. Me responde con gesto que indica la lejanía del establecimiento, luego un destello de memoria viene a su cabeza y me dice: “Miento, aquí a la vueltecita hay una”. Corro hacia ella antes de que sea demasiado tarde y pido unas Bio Electro, la dependiente me las entrega, las abro con desesperación, saco dos comprimidos y me los trago.
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. Siete minutos deben transcurrir para que las pastillas surtan efecto, bueno, eso dice el comercial. Camino de regreso hacia la estación del Metro para cruzar el puente y llegar a mi cita, pero el foco deslumbrante sigue encendido. Transcurren siete, diez, 15, 20 minutos y nada. Es demasiado tarde, lo peor está por llegar.
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. Encuentro a mi dentista, quien me esperaba en la salida del Metro, nos saludamos y después de preguntar el infaltable “¿Cómo estás?”, me responde: “Mal porque el consultorio está cerrado, la persona que se encarga de abrirlo no contesta su celular y tal vez no pueda atenderte”.
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. Vamos a la plaza extraña y nos sentamos en una banca para que revise la panorámica que muestra el estado de mis dientes. El mal migrañoso sigue en mí pero tengo lucidez para captar las indicaciones de la odontóloga, así como la fecha y hora de la próxima cita (ahora sí en consultorio).
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. Ante las condiciones en que nos encontramos, nos hacemos compañía en el centro comercial. Dos horas de dolor de cabeza, náuseas, vómito, debilidad y malestar general concluyen. Cuando al fin puedo distinguir a lo lejos las voces de la narración del Brasil vs Costa de Marfil, vuelvo en sí. Como por arte de magia, la migraña se va.
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. Ahora siento hambre como si no hubiera comido en días, sin embargo, para comer deben transcurrir por lo menos 60 minutos en lo que llego a casa. Ni modo así es esto del Rock and Roll.
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. Luego de mi extraña cita con la dentista en la extraña plaza emprendo la retirada, y en cuanto subo al Metro me siento en un lugar individual para que mientras duermo no moleste a nadie. Viajo más de quince estaciones y un transborde pero al fin llego. Los estragos de la migraña aún están ahí. “¿Como o duermo?”, pienso. La segunda opción es la mejor. Me recuesto en el sillón y cierro los ojos para no volver a abrirlos en por lo menos dos horas.
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. La migraña se fue, ojalá que la próxima vez no me agarre en el Metro.
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